MITOS Y LEYENDAS JUSTICIALISTAS
Agosto 2010
Utopía peronista
Las salas del MAC, tendrán la obra del artista Daniel Santoro, pinturas de impactantes imágenes con declaraciones directas, donde la figura humana es protagonista, es una clave en la obra del artista ya que aporta un sinnúmero de pistas, también aparecen algunos códigos sígnicos, datos de un lenguaje propio, a modo de enumeración descriptiva sumaria, que dan cuenta del universo particular y atípico del pintor. Los entrecruzamientos frecuentes en estas obras, retrotraen permanentemente a otro nivel de conciencia de lo simbólico, y ofician como claves de las leyes universales, bajados a tierra desde el relato de la metáfora pictórica que convierte a sus figuras en protagonistas arquetípicos del ser humano.
La iconografía peronista, en su época de esplendor, con toda su carga de imágenes que se imponen como sueños propios del artista y del deber ser de aquél peronismo que lo dio todo a su pueblo. Es decir que Santoro recurre una y otra vez a si mismo, en una autorreferencialidad con la descripción de una realidad idílica y crea de este modo su única manera de ver la felicidad del hombre común transformado en fuerza arquetípica, motora de lo ideal.
Así vemos diseminados por sus obras, niños con sus guardapolvos planchados con almidón dando cuenta que hay una preocupación por su educación y como llegan al lugar donde se les brinda. Hay en ellos una dignidad del “estar allí”, del ser parte de un sistema que los respeta y les da lo que necesitan.
Ellos son los niños peronistas, los obreros descamisados, las mujeres trabajadoras, son todos ciudadanos comunes a los que une una visión territorial de pertenencia por sentirse contenidos y protegidos. Santoro lucha por seguir allí, por que vuelva a estar aquél ambiente ideal de sostén y lucha, de alguna manera reclama por el incumplimiento de aquella utopía. Se nota que se trata de una puesta en escena de un contexto que ya fue, de una aproximación reiterada donde poner el énfasis y de cómo debió seguir siendo para siempre. Santoro en su afán de proteger aquel paraíso, presenta a la cúpula política de otras décadas y al estado, despojados de corrupciones y miserias, los presenta sosteniendo una especie de “territorio de protección de la infancia” sin máculas, y con un nuevo destino, cargado de la constructiva inmanencia de una filosofía de vida, marcada por profundas significaciones epocales y con todo un futuro por delante. Evita es la imagen emblemática de aquella dirigencia, presentada casi como una estampa modelo para acuñar una moneda, de costado recortado su rostro, de frente o de atrás, la incofundible Evita, abanderada de los desposeídos, está allí siempre presente.
Casi se podría decir que la obra de Daniel Santoro que presenta siempre un mundo ideal, nos hace mirar, ver y entrar en aquella atmósfera idílica que la educación tenía en aquel peronismo. Es como una contribución metafórica de ese escenario, reclamando para la actualidad la misma dicha y el mismo campo de acción, para dar desde el estado las soluciones a los problemas diarios.
Realidad, imaginación, utopía, deseos internos, visiones propias, hacen evidente un sentimiento desbordante por la dicha de aquella memoria colectiva, y desata un sinnúmero de evocaciones en cada imagen.
Santoro crea escenarios de fantasía agregando bosques nevados en sus imágenes, como en un paisaje sólo de postales de viajes de lugares ignotos, sus niños escolarizados abundan allí en juegos simples y sinceros, sin acusar recibo a ese frío escénico. La pantera negra, entre feroz y enigmática, en su lenta peregrinación, está como convocando e incitando a la tragedia. Inquietante, se detiene unos instantes y con su presencia acechante, anuncia todo el tiempo que la balanza se puede inclinar y terminar de un zarpazo con el mundo feliz que allí se muestra. Esa oscura presencia es la metáfora de la barbarie, es una visión sin sutilezas de cómo los pilares de una nación, pueden caer, destruyéndolo todo. Es la contracara del paraíso, es la “bestia” de la intolerancia siempre presente.
La obra de Santoro tiene escenarios del simbolismo surrealista por ese recorte constructivo escénico en el que planta a los personajes, los paisajes imaginarios e ilusorios crean un clima visual que lindan también con lo metafísico. Además denota una esencia barroca en su configuración formal y en la sobreactuación de cada personaje (centauros descamisados) con su postura rígida llevando a cabo un papel asignado a rajatabla, trasformando la acción en ícono y dando con estos planteos una obra de carácter contemporáneo en sus desdibujadas fronteras de sus aportes visuales.
Es imposible no entrar a la historia cuando vemos la obra de Daniel Santoro, también es un hecho recrear los acontecimientos históricos y de ese modo indagar en sus vericuetos e inmediatamente surgen las preguntas:¿Cuál es el enigma, cual la clave para que este mundo que hemos tenido entre las manos, se nos haya diluido? ¿Cómo es que lo hemos perdido?
Colmados de entrecruzamientos ideológicos, sus imágenes saltan la barrera, traspasan inmediatamente lo partidario, transformándose en las apropiaciones de toda la sociedad, todos queremos ser parte de una Argentina justa con su infancia. El artista deja claro de que se trata, él hace suyo ese universo, él lo crea y lo recrea una y otra vez, es su lucha ideológica, su postura, su demanda, y hasta su poética visual, sus instrumentos son los medios expresivos que le da la pintura y que Santoro domina a la perfección.
El tiempo con su devenir ha recubierto con numerosas cargas de sentido los lugares utópicos, y muy especialmente los mitos populares. Hoy por hoy Santoro sigue teniendo los sueños dorados de su juventud, sabe también lo que está intacto y lo que se ha desvanecido y en esa flexible relación con la realidad donde los extremos se acercan, encuentra y se aferra a la fantasía, es allí donde no hay malentendidos, donde puede demostrar lo imposible.
Agosto 2010
Utopía peronista
Las salas del MAC, tendrán la obra del artista Daniel Santoro, pinturas de impactantes imágenes con declaraciones directas, donde la figura humana es protagonista, es una clave en la obra del artista ya que aporta un sinnúmero de pistas, también aparecen algunos códigos sígnicos, datos de un lenguaje propio, a modo de enumeración descriptiva sumaria, que dan cuenta del universo particular y atípico del pintor. Los entrecruzamientos frecuentes en estas obras, retrotraen permanentemente a otro nivel de conciencia de lo simbólico, y ofician como claves de las leyes universales, bajados a tierra desde el relato de la metáfora pictórica que convierte a sus figuras en protagonistas arquetípicos del ser humano.
La iconografía peronista, en su época de esplendor, con toda su carga de imágenes que se imponen como sueños propios del artista y del deber ser de aquél peronismo que lo dio todo a su pueblo. Es decir que Santoro recurre una y otra vez a si mismo, en una autorreferencialidad con la descripción de una realidad idílica y crea de este modo su única manera de ver la felicidad del hombre común transformado en fuerza arquetípica, motora de lo ideal.
Así vemos diseminados por sus obras, niños con sus guardapolvos planchados con almidón dando cuenta que hay una preocupación por su educación y como llegan al lugar donde se les brinda. Hay en ellos una dignidad del “estar allí”, del ser parte de un sistema que los respeta y les da lo que necesitan.
Ellos son los niños peronistas, los obreros descamisados, las mujeres trabajadoras, son todos ciudadanos comunes a los que une una visión territorial de pertenencia por sentirse contenidos y protegidos. Santoro lucha por seguir allí, por que vuelva a estar aquél ambiente ideal de sostén y lucha, de alguna manera reclama por el incumplimiento de aquella utopía. Se nota que se trata de una puesta en escena de un contexto que ya fue, de una aproximación reiterada donde poner el énfasis y de cómo debió seguir siendo para siempre. Santoro en su afán de proteger aquel paraíso, presenta a la cúpula política de otras décadas y al estado, despojados de corrupciones y miserias, los presenta sosteniendo una especie de “territorio de protección de la infancia” sin máculas, y con un nuevo destino, cargado de la constructiva inmanencia de una filosofía de vida, marcada por profundas significaciones epocales y con todo un futuro por delante. Evita es la imagen emblemática de aquella dirigencia, presentada casi como una estampa modelo para acuñar una moneda, de costado recortado su rostro, de frente o de atrás, la incofundible Evita, abanderada de los desposeídos, está allí siempre presente.
Casi se podría decir que la obra de Daniel Santoro que presenta siempre un mundo ideal, nos hace mirar, ver y entrar en aquella atmósfera idílica que la educación tenía en aquel peronismo. Es como una contribución metafórica de ese escenario, reclamando para la actualidad la misma dicha y el mismo campo de acción, para dar desde el estado las soluciones a los problemas diarios.
Realidad, imaginación, utopía, deseos internos, visiones propias, hacen evidente un sentimiento desbordante por la dicha de aquella memoria colectiva, y desata un sinnúmero de evocaciones en cada imagen.
Santoro crea escenarios de fantasía agregando bosques nevados en sus imágenes, como en un paisaje sólo de postales de viajes de lugares ignotos, sus niños escolarizados abundan allí en juegos simples y sinceros, sin acusar recibo a ese frío escénico. La pantera negra, entre feroz y enigmática, en su lenta peregrinación, está como convocando e incitando a la tragedia. Inquietante, se detiene unos instantes y con su presencia acechante, anuncia todo el tiempo que la balanza se puede inclinar y terminar de un zarpazo con el mundo feliz que allí se muestra. Esa oscura presencia es la metáfora de la barbarie, es una visión sin sutilezas de cómo los pilares de una nación, pueden caer, destruyéndolo todo. Es la contracara del paraíso, es la “bestia” de la intolerancia siempre presente.
La obra de Santoro tiene escenarios del simbolismo surrealista por ese recorte constructivo escénico en el que planta a los personajes, los paisajes imaginarios e ilusorios crean un clima visual que lindan también con lo metafísico. Además denota una esencia barroca en su configuración formal y en la sobreactuación de cada personaje (centauros descamisados) con su postura rígida llevando a cabo un papel asignado a rajatabla, trasformando la acción en ícono y dando con estos planteos una obra de carácter contemporáneo en sus desdibujadas fronteras de sus aportes visuales.
Es imposible no entrar a la historia cuando vemos la obra de Daniel Santoro, también es un hecho recrear los acontecimientos históricos y de ese modo indagar en sus vericuetos e inmediatamente surgen las preguntas:¿Cuál es el enigma, cual la clave para que este mundo que hemos tenido entre las manos, se nos haya diluido? ¿Cómo es que lo hemos perdido?
Colmados de entrecruzamientos ideológicos, sus imágenes saltan la barrera, traspasan inmediatamente lo partidario, transformándose en las apropiaciones de toda la sociedad, todos queremos ser parte de una Argentina justa con su infancia. El artista deja claro de que se trata, él hace suyo ese universo, él lo crea y lo recrea una y otra vez, es su lucha ideológica, su postura, su demanda, y hasta su poética visual, sus instrumentos son los medios expresivos que le da la pintura y que Santoro domina a la perfección.
El tiempo con su devenir ha recubierto con numerosas cargas de sentido los lugares utópicos, y muy especialmente los mitos populares. Hoy por hoy Santoro sigue teniendo los sueños dorados de su juventud, sabe también lo que está intacto y lo que se ha desvanecido y en esa flexible relación con la realidad donde los extremos se acercan, encuentra y se aferra a la fantasía, es allí donde no hay malentendidos, donde puede demostrar lo imposible.
Curación
Montaje
Salas del MAC
Vernissage
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