Dos artistas, dos formas
Tusi Horn y Fermín Viñas son los dos artistas que exponen en las salas del MAC, ellos presentan un corpus de obras en conjunto y hacen una apropiación espacial de solo una forma cada uno. Esta reiteración intencional, está pensada como una insistencia de una idea puntual, que se convierte en la imagen narrativa propia y a la vez en convivencia. Hay aquí una evidente primacía de la forma y se da la homogeneidad de un desarrollo en seriación, para dar cuenta de esa repitencia que va marcando recorridos y aportando mínimas diferencias, mínimas perturbaciones en pos de un proceso dinámico e ininterrumpido.
Solo percibimos cambios de tamaños y de tonos en las piezas, que nos brindan claves escuetas de un orden preciso, de intervenciones puntuales trazadas espacialmente por el conjunto de piezas en escena.
El óvalo y el cilindro son las formas que pugnan en estas piezas, se abomban, se achatan, se agrandan o achican en variables que tensionan, sin desactivar nunca la totalidad. Pueden estar aglutinadas, separadas, dispersas, solas pero hay una unión integradora en todo el conjunto.
Si bien es claro el proyecto común, las identidades se consuman en cada caso, como experiencias visuales marcadas por la impronta de cada uno.
Objetos movibles, que en sus variadas posturas sugieren un camino alternativo para su recorrido y motivan de inmediato a la indagación procedimental, recordando siempre que hay una considerable exigencia corporal para su construcción.
Los artistas son conocidos por su labor en la cerámica desde siempre, aunque en esta oportunidad se advierte una inusual intención, ya que se liberan de ornamentos y de cualquier manifestación referencial. Se dejan invadir por la “idea visual” favoreciendo así a la emanación de “la forma” como esencia interna y como unidad externa.
Hay un anclaje directo con lo ancestral en el conjunto que emerge con el título “La meca”. Estas obras nos conducen a la herencia de las síntesis que se producían en el universo primitivo, entre lo trascendente y lo inmanente, entre lo intuitivo y lo razonado, emergen estas piezas, como arrojadas al espacio plástico en una operación de sustituciones temporo-espaciales. Colocadas en un mismo plano de proyección y simultaneidad, lo ancestral y lo contemporáneo, en un eco de levedad con igual peso y significación, no importa a que período pertenezcan. El vínculo de trascendencia cósmica se produce.
Por otro lado se pueden detectar los efectos vibratorios de los trazos realizados en hierro como parte de las obras, ”Vacíos”, aparecen con un dinamismo visual en tensión, que refuerzan las formas simples y reverberan articuladas en un orden basado en las reglas de convivencia plástica de los materiales. Mixtura atípica, contraste y despliegue producen un cruce territorial propiciado por oposición.
Se evidencia la materia de la que están conformadas estas piezas, tierra, agua y fuego. Ese fuego al que fueron expuestos luego de realizadas, que dejó un inevitable aporte en cada una de ellas, se nota su accionar arrollador que quema atrapante cada cuerpo que los artistas le entregaron. En su despliegue, quebró, ahumó, tiño, carcomió hasta el límite, dejando su huella en cada pieza, como manifestaciones explícitas.
El fuego detenta su energía y hace valer su poder borrando y ocultando lo que el calor destruye brutalmente y sorprendiendo con los resultados del paso de su vitalidad.
Estos artistas saben bien lo que produce el fuego, ellos proyectan sabiendo de su contacto corrosivo, siguen su juego subyugados por su voracidad consumista y se entregan dedicados a la experiencia, apoyados en su conocimiento, sabiendo que entregan sus formas a un proceso inevitable.
Prefieren no decirlo, pero a esta altura no hay secretos para ellos, en reserva delinean, discretamente diagraman lo que hará el fuego con sus piezas y como en un “círculo mágico” se prestan al ritual, oscuro y misterioso para todos nosotros, simbólico y sagrado para ellos.
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